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lunes, 14 de julio de 2014

¿Qué significa ser analfabeta?

Excélsior, 14/07/2014

Imaginemos por un momento no tener la capacidad ni de leer ni de escribir. Es un ejercicio sumamente difícil porque, explican los neurolingüistas, una vez que se aprende a leer y a escribir toda la estructura de nuestra mente se transforma; literalmente, ahora pensamos de manera distinta a quien no cuenta con esta capacidad. 

Leer y escribir nos permiten, sobre todas las cosas, tener la posibilidad de aprender más, pero también de manera progresiva y acumulativa. Potencia nuestra memoria, pero también nuestras capacidades de abstracción y generación de nuevo saber a partir de lo aprendido.

Leer y escribir permiten, además, mejorar nuestras capacidades sensitivas, en el sentido más amplio del término; pero además, aunque parezca sorprendente, la ciencia nos ha enseñado que también se incrementan nuestras capacidades para sentir; de ahí que haya quien afirma que después de leer poesía una persona no se vuelve a enamorar igual.

Desde hace años, el rector de la UNAM, el doctor José Narro, ha hecho énfasis en el llamado a erradicar el analfabetismo. Su argumento es incuestionable: no hay argumento ético ni técnico que permita justificar que en México haya millones de personas que no saben leer ni escribir.

De acuerdo con los datos oficiales, al cierre de 2013 habría 4.73 millones de personas mayores de 15 años en condición de analfabetismo; a ello debe agregarse que en total hay 31.78 millones de personas en el mismo rango de edad que se encuentran en condición de rezago educativo, es decir, no han concluido los estudios de secundaria.

Debe decirse que en esta administración se han tenido dos aciertos de la mayor relevancia: el primero, el haber reconocido que en México hay millones de personas que viven con hambre y que es urgente actuar al respecto; el segundo, el haber fijado como meta sexenal reducir a la mitad el número de personas analfabetas al finalizar el sexenio.

El esfuerzo que debe llevarse a cabo es mayor, pues implica diversas acciones: profesionalizar a las y los alfabetizadores, desarrollar nuevas currículas con base en criterios de pertinencia y orientados al desarrollo del aprendizaje en personas adultas. También será necesario generar alianzas interinstitucionales para que la tarea de la alfabetización motive a las personas a matricularse en primaria, y sobre todo, para vincular las labores pedagógicas con otros programas sociales.

Alfabetizar a más de 2.3 millones de personas en cinco años va a requerir una intensa movilización social, pero también capacidad de imaginación institucional porque no debe olvidarse que también hay, según los datos del censo de 2010, alrededor de 450 mil niñas y niños entre 8 y 14 años que no saben leer ni escribir. 

Para ellos hay que generar nuevas alternativas de escolarización y brindarles todo el apoyo institucional posible: becas, apoyo para la adquisición de útiles escolares y uniformes, apoyos alimentarios y su incorporación a los programas de desarrollo social, fundamentalmente Oportunidades y Seguro Popular. 

Abatir el hambre y la ignorancia formaba parte de los anhelos enarbolados por José María Morelos hace 200 años. La deuda histórica sigue ahí; el reto, por lo tanto, se encuentra en pasar a la acción, al acuerdo político con altura de miras, y al fortalecimiento de un Estado al que le urge ser transformado en un nuevo entramado jurídico e institucional para la justicia y el bienestar.

*Investigador del PUED-UNAM
Twitter: @ml_fuentes

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