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lunes, 8 de septiembre de 2014

Generosidad para transformar

Excélsior, 8/09/2014

El desperdicio simbólico y político que atestiguamos en 2010, con motivo de los centenarios de la Revolución Mexicana y de la Independencia debe servirnos de lección para planear cómo podemos honrar en 2017 a quienes, de manera extraordinaria lograron construir la que sigue considerándose como la primera Constitución social del siglo XX.

De acuerdo con el doctor Valadés, nuestra Carta Magna ha tenido más de 600 reformas desde su promulgación; y a pesar de que la gran mayoría han tenido, en la opinión del experto, utilidad y pertinencia, se han hecho muy mal, lo cual es causa y origen de una enorme desconfianza política respecto de la voluntad o no de cumplir con el mandato constitucional por parte de quienes tienen la responsabilidad de conducir al Estado.

Desde la perspectiva de muchos, tal y como se encuentra al día de hoy, la Constitución nos ha llevado a una severa paradoja: sin duda hay enormes avances y conquistas irrenunciables en materia de derechos humanos, democracia y justicia; sin embargo, el Estado se encuentra atrapado en una estructura orgánica y funcional que le impide cumplir con lo que la Constitución establece como mandato.

Estamos, pues, ante un déficit de estatalidad que no puede continuar por más tiempo; de tal forma que lo urgente hoy es diálogo y más diálogo político en civilidad y cordura, con el propósito de construir los acuerdos necesarios para impulsar un reordenamiento de la Constitución, y tener así un festejo digno del momento histórico que nos toca honrar.

El riesgo, se ha insistido en numerosas ocasiones, se encuentra en la posibilidad de que desde el ámbito de la política, la economía y la sociedad civil, se decida continuar actuando con base en la mezquindad o en la negativa permanente a dialogar y conciliar intereses y visiones contrapuestas. 

Nuestro país requiere un nuevo pacto social; y esto es mucho más que una frase. Se trata de reconfigurar los vectores del poder que han llevado a niveles de acumulación y desigualdad sin precedentes, lo cual tiene a más de 50 millones de personas en condiciones de pobreza, de los cuales 21.2 millones son niñas, niños y adolescentes.

Necesitamos crecer económicamente, pero con base en estructuras que permitan la distribución de la riqueza y garantizar equidad. Necesitamos crear muchos más empleos, pero que den seguridad social y acceso a un salario digno; necesitamos fortalecer la democracia, pero también las estructuras institucionales que garanticen la pluralidad, no sólo en el Congreso, sino también en el gobierno y sus dependencias.

Todo lo anterior no va a darse por generación espontánea. Exige una visión de Estado y un sentido histórico y de patria de un calado superior, desde la cual pueda convocarse a la reconciliación, apelando en todo momento a la generosidad como uno de los valores olvidados de la política, sobre todo cuando en democracia México necesita, urgentemente, de lo mejor de su ciudadanía. Ya no hay espacio para la frivolidad, el sectarismo o la mezquindad. Sin duda alguna estamos ante la hora de la igualdad. Optar por ello o no, depende exclusivamente de nosotros.

*Investigador del PUED-UNAM
Twitter: ML_fuentes

lunes, 1 de septiembre de 2014

El país que nos hace falta

Excélsior, 1/09/14

Yo canto para luego tu perfil y tu gracia.
La madurez insigne de tu conocimiento…
La tristeza que tuvo tu valiente alegría…

Tomado de Alma Ausente,
Federico García Lorca
Recordando a mi hijo, Mario Luis Fuentes Batanero.

México está, de algún modo, abandonado a su suerte. Los vacíos personales se han ido acumulando y en el nivel macro, pareciera que se han traducido en grandes vacíos en lo cívico, en lo social, en lo político y en lo económico.

Es difícil pensar en un país generoso, cuando son muy pocos quienes acceden al bienestar y tienen oportunidades de trazar un proyecto de vida y, sobre todo, en un lugar donde millones se consumen cotidianamente en la angustia que implica el decidir cuál de los hijos habrá de comer menos.

Estamos urgidos de más mujeres y hombres con vocación de patria. De ciudadanos capaces de asumir la parte que les corresponde hacer; pero sobre todo, de echarse a cuestas la responsabilidad con los otros; de optar por la práctica solidaria que implica la vocación, es decir, el llamado del servicio público en el sentido más estricto del término.

Por eso duele más allá de las entrañas cuando perdemos a alguien así. Porque más allá del amor y las filias personales, se encuentra también el reconocimiento de las capacidades, a la voluntad y el arrojo de asumir el reto de transformar; de crear conciencia cívica a través de la práctica diaria y disciplinada del pensar y el hacer en aras del bienestar público.

No es fácil, nunca lo ha sido, encontrar almas nobles, en el sentido que los griegos antiguos le daban a esa categoría. Ni siquiera entre los espartanos florecieron más de dos: Aquiles y Leónidas. Por ello a nosotros —los modernos— nos convoca Hölderlin, a tener el arrojo de construir un mundo en el que reine sólo lo espiritual; es decir, la consciencia más profunda de la vocación y la voluntad de llegar a ser lo que se es. Pocos, sin embargo, aspiran y tienen la voluntad de intentarlo.

A diferencia de lo que podría pensarse, una vocación así está muy lejos de ser únicamente una cuestión personal. Hay que generar el contexto, cultural y político, para que en el momento en que se presente ante nosotros un espíritu potente, pueda germinar y florecer en aras de una extraña, pero siempre presente aspiración superhumana: la confianza en que podemos ser mejores.

Las pérdidas de los otros son siempre absolutas; por eso todo lo que pueda decirse más vale sintetizarlo y guardarlo en silencio. Pero lo que no debemos callarnos es la memoria de lo que nos queda patente: una estela de luz proyectada más allá de lo que alcanzamos a ver y que, como lo hacen las supernovas, al estallar no fenecen: se proyectan miles de millones de años hacia un futuro inexistente, pero que en su discurrir crean.

Los que estamos vivos tenemos la responsabilidad, a secas, de continuar viviendo. Pero no podemos hacerlo así nada más; como si nada pasara o nos hubiese pasado. No podemos ignorar la memoria de los nuestros y, en congruencia, no podemos abandonar la tarea de construir no a un país, sino a ciudadanos capaces de heredar uno más digno a quienes vienen y han de venir detrás.

*Investigador del PUED-UNAM
Twitter: @ML_fuentes